Por: José Cevasco Piedra
Son incontables las veces que me han preguntado de qué depende la buena imagen del Congreso y mi respuesta siempre ha sido la misma: del legislador. Y es que la imagen del Congreso descansa sobre la conducta individual, pública y privada, del congresista. No basta elaborar leyes que nadie conoce; no basta con mejorar los reglamentos que la población no entiende, no basta con bajarse el sueldo a un sol.
La población exige un comportamiento ejemplar de los padres de la patria, aun cuando la propia población es responsable de la calidad de los ciudadanos que eligen para congresistas, y así como también lo son partidos políticos que elaboran las listas con sus candidatos al Congreso.
Hace pocos días ha vuelto el debate sobre el “transfuguismo”, y nuevamente el Congreso, por la actitud individual de algunos congresistas, vuelve a desmejorar su imagen. El Reglamento del Congreso permite que los congresistas abandonen su grupo parlamentario, para irse a otro o para crear otro; es decir, la figura del transfuguismo es legal, pero ¿estará dentro de los cánones de la moral pública electoral?
Es cierto que los parlamentarios no están sujetos al mandato imperativo, que su conducta parlamentaria está sujeta a lo que dicen las normas internas del Congreso, sin embargo ¿podríamos considerar ético que los congresistas abandonen el grupo por el cual fueron elegidos para formar o pasarse a otro grupo parlamentario? ¿Estará en manos de ellos modificar el mapa electoral resultado de voluntad popular?
Unos considerarán que es correcto, y que la posibilidad de pasarse de bancada obedece a la decisión individual del parlamentario; otros, por el contrario, dirán que ello no debe ser posible y que el legislador se debe a sus electores y que debe respetar la voluntad de estos por el período por el cual fueron electos.
Sin embargo, el tema no es sólo la libertad de pasarse de un lado a otro, el tema de fondo es que un Congreso con más grupos parlamentarios se hace más ingobernable; que la naturaleza del grupo parlamentario obedece a un criterio de orden, de diálogo regulado y de hacer más fácil los consensos y los acuerdos políticos. Así, el transfuguismo se vuelve en un elemento que desintegra y hace más difícil la gobernabilidad del parlamento.
Seguramente, el debate sobre el transfuguismo parlamentario terminará en algunos días, cuando la vorágine política ponga en escena otros asuntos de mayor interés para la nación, pero lo cierto es que la imagen del Congreso sigue cayendo, que los grupos parlamentarios seguirán creciendo y el mapa parlamentario irá modificándose a espaldas de la voluntad de la población.
Podrán venir “candados reglamentarios” para evitar el transfuguismo, podrán generarse sanciones para aquellos que pretendan irse de su grupo parlamentario original, sin embargo el problema no es de normas ni de reglamentos; el problema está, como dije, en la conducta del legislador.
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